El viaje de Andrómeda

Post 48: El viaje de Andrómeda

La antesala del viaje.

Andrómeda ha dejado el café, ha pasado un poco más de un tercio de siglo desde que nació. Y esa noche en particular, sintió una especie de Deja Vu, como si ese instante ya lo hubiese vivido antes, —¡Qué extraña sensación! -Pensó-, sin cuestionarse más de lo normal.

Se disponía a comenzar a escribir cuando le pasó por la mente la idea de prepararse una taza de café con leche, su favorito. Pero lo ha dejado, ¿Recuerdan?, así que no tuvo opción más que acompañar la noche con un poco de agua.


Andrómeda ha dejado cosas en el camino, desde muchas más noches atrás y entre ellas el café.

Pero hoy, se disponía a dejarlo absolutamente todo, -llega un momento en que simplemente ya no caben en la maleta de viaje tantas culpas y el recuerdo de promesas fallidas-.

¿Acaso se estaba preparando para este viaje?

Pero esta vez, sin cargas extras, sin peso adicional de “objetos” innecesarios para poder viajar ligero.

Andrómeda. a veces recuerda a detalle momentos que vivió desde pequeña; a veces, hasta algunos sueños permanecen en su cabeza.

Uno de esos momentos la lleva a la escuela donde cursó primaria: ella está sentada en un pupitre color verde que compartía seguramente con a alguien más pero sin recordar con quién.

Tenía alrededor de 9 años probablemente y estaba ahí, en clase, “escuchando” a su maestra de cuarto grado, quien adoraba el silencio de sus alumnos, una especie de neurosis que dejaba de manifiesto.

Así que, entre “prestando” atención y no, la verdad es que no lo hacía.

La clase era aburrida, y empezó a perderse en sus propios pensamientos, explorando más allá de esas cuatro paredes verdes, sobre los desafíos que la vida le estaba presentando a su corta edad, y por primera vez se preguntó, cuál era su propósito de vida.

— ¿En serio?, ¿A los nueve años?

A tan corta edad ya quería entenderlo todo junto a los posibles “Por qués” que vendrían más adelante.

Y entonces pasaron años, y décadas, hasta que llegó ese momento en que la historia se comienza a contar en retrospectiva. Pero persistía en aquella incógnita.

Y entonces sucedió.

Era una noche colmada de estrellas titilantes, navegantes nocturnas.

Junto a ellas, estaba la Luna llena, enorme y radiante, brillando en todo su esplendor, como la guía ante la cual se cobijaban. Parecía una noche tranquila, después de surfear ante los embates y estragos del tiempo.

Con pasaporte en mano, un destino inconcluso y presenciando el panorama más caótico de la historia de la humanidad, Andrómeda por fin estaba en paz, sin embargo, algo faltaba:

El viaje.

¿Será éste el viaje del que le habló aquella mujer hace más de 20 años?

Andrómeda solo cerró los ojos.

El viaje anunciado.

Era una tarde de cielo rojizo, cuando a lo lejos, en el borde del horizonte se reflejó un abrupto destello, como un corto circuito en el cielo.

A medida que el destello se esparcía, el objeto se acercaba a toda velocidad directo a la superficie de la Tierra.

Sin daños aparentes, aquel objeto de aspecto liso y sin remaches, aterrizó intacto.

Era de un material ligero pero resistente, perfectamente diseñado para aterrizar ese justo día, a esa hora exacta, tal cual había sido programado.

Andrómeda despertó, había perdido totalmente la noción del tiempo. Fue entonces cuando automáticamente se abrió una pequeña puertita.

Todo era tan diferente, como si hubiese despertado de un largo y profundo sueño.

Despertó por completo, empezando a explorar con los ojos aquel sitio inhóspito. Una sensación de embriaguez y noqueo, intentando entender ¡Qué diablos hacía ahí!

A punto de despegar

Poco a poco se empieza a manifestar un segundo Dejavu, como cuando nació por primera vez.

Era como un parto consciente, la llegada hacia este mundo nuevo y desconocido.

Presa de la incertidumbre Andrómeda salió, pisando Nueva Tierra.

Un extenso valle desértico de color rojizo la estaba esperando. No había nada al rededor, no parecía un lugar cómodo u hospitalario, solo tierra, rocas, y un gran camino por seguir andando.

Así fue su Bienvenida: un tanto modesta.

No había más que empezar a andar siguiendo su instinto.

Andrómeda dio un primer paso adelante.

¿Podría toparse acaso con monstruos o con lobos pintados de oveja?

No había vuelta atrás.

A lo lejos, entre un extraño juego de sombras, vio el reflejo de un hombre de piernas muy largas, tan largas que parecían infinitas y de incalculable altura. Andrómeda no sintió miedo.

Siguió adelante, y siguió hasta intentar descifrar el misterio. Sus respectivas sombras, se acercaban cada vez más, cuanto más cerca más vibraba una emoción en ella, intentando reconocer a aquel hombre, hasta que en un punto ciego, aquella silueta se empezó a empequeñecer, empequeñecer y empequeñecer hasta desaparecer.

Solo había una duda en su interior: ¿El por qué estaba ahí? Desconocía su misión, su propósito.

Pero no podía quedarse a contemplar el panorama, no había tiempo que perder.

Siguió caminando. Almacenando a cuestas un poco de tristeza y con la esperanza vacía de aquella falsa ilusión.

Siguió caminando.

Más adelante se comenzó a vislumbrar un bosque de aspecto dantesco. Era irremediable. Tenía que cruzar por ahí forzosamente para acotar el camino.

Pero este no era un bosque común. Era un bosque encantado… pero no como en los cuentos de hadas, en este bosque habitaba una bruja de 7 cabezas, con ojos en la espalda y de tentáculos ásperos e hipnotizantes; según decían los de la tribu del viejo mundo podría parecer amigable.

Andrómeda tendría que tener cuidado, por aquello de que las apariencias engañan.

Conforme se adentraba en aquel bosque entre hipnótico y siniestro su razón le decía:

— ¡Seguir!, mientras su instinto le decía;
— ¡Huye!, este no es lugar para estar.

Era como enfrentarse a una lucha de supervivencia.

A pesar de que la razón y la intuición parecían ir en direcciones contrarias, ésta sería una oportunidad para avanzar, descifrar y seguir, a pesar de su intuición que le ponía de manifiesto una sensación de advertencia.

Acechaba la noche, y mientras más noche más vulnerable se sentía. Sólo el faro de la luna, las tres estrellas guía de Orión y una estrella mayor, iluminaban un poco el sendero.

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Aquello parecía una boca de lobo, el hábitat perfecto para la bruja de 7 cabezas y sus secuaces.

Andrómeda cerró los ojos, tragó un poco de saliva y no le quedó más que confiar en su guía interno.

Caminando a ciegas.

Voces empezaron a emerger en aquel lugar oscuro y enredoso, se traducían en un viento incómodo que calaba entre las hojas rozando los árboles, el sonido formaba un cuchicheo realmente desagradable y fastidioso. Voces que confunden para perderse.

Andrómeda solo pensaba:

—Un paso más, es un paso menos para llegar al Alba.

Y entre pensamientos en aquella oscuridad, recordaba aquel momento a los 9 años en el salón de clases, en aquel pupitre verde preguntándose por el misterio de la vida.

Una especial remembranza, en el momento más oportunio. Sintió entonces que el mismísimo Ser Supremo le había enviado una especie de zudoku a resolver para navegar y descubrirlo por sí misma en cada capítulo de su propia historia.

Finalmente, aquella oscuridad, empezó a oscilar y desvanecerse entre claroscuros, comenzando a perder fuerza, lo podía sentir en sus párpados cuando recibió el primer golpe cálido de luz.

Poco a poco aparecía un resplandor hermoso.

Era la luz del día, ¡Por fin amanecía!

Cuando Andrómeda abrió los ojos, se percató que al final, en la salida del bosque, había alguien esperándola.

Parecía una especie de mujer sacerdotisa, un rostro familiar del que se desprendía un halo de luz azul, al unísono se empezaban a escuchar cantos dulces en esta nueva atmósfera perfumada con el rocío de la mañana.

¿Acaso los dones de algún ancestro se hacía presente? porque aquello parecía un acto de magia pura.

Conforme Andrómeda se acercaba, más claro se hacía el panorama, más nítida era la imagen al frente, una especie de Valle Verdoso como si fuese un portal hacia otro nuevo mundo.

New Life

Aquella mujer cuyos rasgos se asemejaban a los de su abuela, le estaba esperando con un cofrecito de madera labrado que irradiaba luz desde el interior.

Sin intercambiar palabra, pero entendiendo todo, fue un momento mágico, en el que se formó un gran puente cuántico entre el aquí, el ayer, el mañana y el después.

Andrómeda entonces entendió su propósito al recibir aquel regalo tan misterioso como fantástico: era el código generacional de su famillia, con información de su pasado, su presente y su futuro.

Los códigos son complicados de descifrar, si no se pasan por ciertos ciertos abismos…

y así, se fue desvaneciendo ese momento.

A la mañana siguiente, despertando a pausas, entreabriendo los ojos, y recibiendo esos primeros destellos de luz matutinos, su visión se va enfocando poco a poco, por instinto gira su mirada hacia el buró y ve un cofrecito a su lado.

El aterrizaje

El inicio de un nuevo despertar: Un nuevo viaje… una nueva Galaxia por descubrir.

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