7:18 p.m.
murmullos de la gente pasando frente a mí; el desafinado tono del saxofón interpretado por el personaje de traje elegante.
El ruidoso, pero cantante sonido de las vías del tren que cuentan una historia cada vez que las oigo sonar; si es que va, si es que viene, cada sonar es distinto, porque a mi parecer, cada tren lleva cientos de historias diferentes en sus vagones llenos de personas con vidas extraordinarias. Mientras escucho mi tren llegar a la estación donde me cito a mí misma cada día, a la misma hora, siendo siempre puntual; comienzo a pensar las infinitas posibilidades de historias con las que me encontraré en el vagón.
Empiezo a observar muy sutilmente la punta delantera del tren, trayendo consigo una puesta de sol verdaderamente relajante que no anuncia el final de un día, si no anunciando el inicio de una vida completamente diferente; la nocturna, cientos de personas desenvolviéndose en el oscuro pero luminoso mundo de la fría madrugada, una falta de claridad que puede absorber todo con un simple abrazo, que nosotros rechazamos creando luz como protección ante esa oscuridad inminente.
Rechinan los frenos contra las vías frente mío del tren que abordaré, observo mi reloj,
7:20 p.m.
siempre tan puntual a nuestros encuentros de cada día, con apenas unos segundos de retraso.
Suspiro y me separo de la columna color naranja con ese odioso anuncio sobre papas fritas que siempre detesté debido a su slogan tan poco imaginativo, que parecía haber sido escrito por un niño de 6 años que apenas comienza a aprender la concordancia que deben llevar las palabras para ser realmente comprendidas, se supone que un anuncio debe llenarte la mente, debe atraerte, hacerte sentir algo si es que realmente quieren que su margen de ganancias aumente, aunque parece funcionarles; supongo que hay mucha gente realmente mediocre como para dejarse impresionar por algo tan vago como lo que es ese anuncio o cualquiera de los mensajes subliminales que están presentes diariamente en la mayoría de las cosas cotidianas, por más pequeñas que sean, pero que logran meterse en tus pensamientos como una bacteria burlando el sistema inmunológico.
Sumida en mis pensamientos observando el cartel, comienzo a caminar en dirección a las puertas del tren que se abren automáticamente, acomodo un poco mi bolso por encima de mi hombro mientras sostengo mi saco color negro con mi brazo izquierdo; giro mi cabeza en ambas direcciones para dar un pequeño vistazo a las personas que abordan el tren, unas con un rostro inexpresivo, otros con tristeza, con alegría, con alivio, y otros simplemente demostrando el cansancio de lo que pareciera ser un largo día de trabajo.
Con pequeños pasos debido que hay personas delante mío abordo el tren, esbozando una pequeña sonrisa de alegría por volver a ese lugar que cada día me trae tantos pensamientos.
Escojo mi asiento minuciosamente, mientras paseo mis ojos por el estrecho lugar que me provoca tanta paz, me decidí por un asiento del lado izquierdo, siempre me siento al lado del vidrio que me separa del mundo que vamos recorriendo, coloqué mis cosas en el asiento vacío y me acomodé cruzando mis piernas, la acción hizo que el pantalón color gris oscuro que llevaba ese día, se subiera, permitiéndome reconocer un pequeño fragmento de una de las tantas cicatrices que marcan mi cuerpo, la rocé con las yemas mis dedos sintiendo su sobresaliente textura y observando un tono apenas distinto al de mi piel de tez blancuzca.
Intenté recordar la manera en que esa marca se había logrado plasmar en mi piel. Nada. Nada completamente claro; nunca había llegado a comprender realmente la razón de que mis recuerdos más antiguos fueran destellos de imágenes al azar.
Nunca entendí por qué fue tan difícil aun teniendo marcas que comprobaran mis vivencias.
Mi mente comenzó a impregnarse de imágenes realmente confusas para mí, es decir, lograba verme a mí misma, mi imagen como una infante desaliñada y altanera. Jugando, riendo o llorando.
Pero sólo eso, nunca una historia concordante sobre lo que pasaba a mi alrededor; supongo que es como cualquier persona que sólo guarda fragmentos importantes o distintivos de su infancia, es solo que me gustaría recordar un poco más.
Me parece fascinante de dónde viene una persona, cómo cada pequeña vivencia de su vida va forjando lo que pueden llegar a ser o hacer.
Mi mirada fija en mi cicatriz y mis yemas rozando sus distintivas formas me sumergieron en tantos pensamientos, trataba con todas las fuerzas contenidas en mi ser el poder recordar la historia de tan pequeña saliente en el camino de mi piel.
Una voz me sacó de mi fallida entrada a la ciudad de los recuerdos.
Una cálida voz femenina, apenas un poco áspera.
—Señorita…Disculpe, ¿está ocupado este asiento?- Me dirigió la palabra con una persuasiva sonrisa de cordialidad-
—Lo siento, si, está ocupado. – Le dije mostrándole una cara de pena, debido a mi falta de modales.-
—Oh, no se preocupe buscaré otro asiento, gracias.
La mujer de entre 50 y 60 años comenzó a abrirse camino entre el pasillo buscando otro lugar para sentarse, solamente pude observar su cabello largo que contenía apenas unas cuantas canas, alejándose cada vez más de la que le negó el asiento.
Observo mi reloj,
7:25 p.m.
Volteo a ver las puertas automáticas que están muy por detrás de mí y escucho el deslice de ellas hasta que quedan unidas cerrando herméticamente el gran pedazo de metal que nos mueve a todos a un mismo ritmo, a un mismo tiempo.
Parte el tren; ese es el momento en el que estamos en perfecta sincronía, al trasladarnos en un camino que compartimos todos, en el que las vidas se unen.
Regresé a mi posición inicial, recargando mi nuca sobre el asiento de color azul rey, observando unos instantes hacia el techo del vagón, suspiré cerrando mis ojos mientras bajaba la vista, los abrí, y enfrente mío había un joven, no pasaba de los 20 años, tenía el cabello castaño y revuelto, unas pestañas preciosas, y al lado de él, una guitarra en su estuche.
Su camisa a roja a cuadros y pantalón roto me dieron la impresión de que probablemente es un universitario, con notas promedio, que persigue sin cesar a su amor platónico, el chico podría vivir solo en un departamento pequeño, con una dieta que se basa en latas de atún y comida instantánea; supuse que no dormía mucho, tenía unas ojeras bastante pronunciadas en su tez morena clara, sin mencionar, que efectivamente iba dormido en el tren.
Mi imaginación iba dando vueltas y vueltas como un pequeño hámster en su rueda; imaginando la vida que ese guitarrista podría tener, hasta que en un punto de su profundo sueño, comenzó a roncar, fue un ronquido realmente retumbante que me sacó de mis pensamientos, y a él, de su sueño.
El sonido fue tan resonante que despertó al pobre chico de profundas ojeras y ojos color miel.
Volvió en si algo asustado, lo cual me provocó gracia, haciéndome soltar una pequeña risa apenas audible mientras volteaba a mi ventana, y él se acomodaba de nuevo en su asiento haciendo enormes esfuerzos para no caer en las tentativas fauces del sueño que cargaba.
Mi trayecto diario era tan simple que sólo me tomaba 20 minutos en las vías el llegar a mi destino; a cualquier persona 20 minutos le podrán parecer minúsculos, pero a mí no, cada minuto, cada segundo de mi camino a casa, lo atesoraba como nada en el mundo, en 60 segundos pueden ocurrir tantas cosas tan fascinantes para las personas que saben apreciar, todos pueden ver, pero muy pocos podemos observar más allá de lo que a simple vista se percibe; cada momento, cada imagen, cada sonido, cada sensación, conlleva más que eso, más que un pensamiento, contiene un sentimiento; unos más fuertes que otros, pero todos ellos logran una perfecta sinfonía del sentir.
Miradas que cuentan historias, sonrisas que representan recuerdos, mi camino a casa fue tan interesante como lo es todos los días; hasta que debo dejar mi pequeño estante de historias
magníficas guiadas por mi mente, protagonizadas por sus pasajeros, los perfectos actores de su película que es de mi autoría; me gusta creer que lo que imagino es lo que realmente viven, vidas felices, extraordinarias, la vida perfecta.
Escucho de nuevo el freno rechinante contra las vías, mientras me tambaleo hacia delante en mi asiento debido al detenimiento del tren, mi rostro se llena de nostalgia al recordar las historias que mueren cada vez que bajo de mi transporte.
Tomo mis cosas del asiento y me pongo de pie mientras acomodo mi saco y bolso en mi mano izquierda, volteo hacia abajo, percibiendo la mancha sumamente distintiva situada en la parte interior de mi muñeca, “ardiente”, así la bauticé, debido a la manera en que se impregnó en mi piel, debido a la sensación que me dio al entrar y quedarse ahí.
La única marca que me muestra una historia completa.
Sin destellos.
Sin lagunas.
Recordar las sensaciones, me provocó un genuino revuelco al estómago; haciéndome mostrar una mueca de disgusto profundamente acentuada.
Autor: Kathya Sofía García
Cover | Ilustración de portada, Marisol Fernández
Biografía
Marisol Fernández es Licenciada en Artes Visuales y especialista en Didáctica quien reside en Asunción, Paraguay.
Actualmente se dedica a la Redacción de contenidos web, Producción de objetos artesanales y Creación de ilustraciones.
Tiene un emprendimiento propio llamado “Msolfere – diseño y redacción” donde están a la venta sus
producciones y talleres online de arte y diseño.
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Canal de Youtube: Marisol Fernández Recalde
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